Capítulo 1 Líreon:
La estancia estaba iluminada por varias antorchas. Al fondo, en una chimenea hecha completamente de piedra, crepitaba un generoso fuego. Y cerca de la chimenea, frente a una mesa hecha de madera de abeto, estaba sentado un elfo. Estudiaba con detenimiento unos papeles, sus ojos, de un verde intenso, reseguían las letras que tenía frente a sí, mientras el largo cabello, de un rubio casi plateado, le caía por la espalda, ocultándole las orejas puntiagudas.
Unos golpes en la puerta lo sacaron de su estado de concentración. Suspiró y dejó los papeles encima de la mesa. Luego, giró la cabeza hacia la puerta que tenía a la derecha.
—Adelante —indicó en voz alta.
La puerta se abrió con un suave chirrido. Una figura alta y esbelta entró en la estancia y se dirigió hacia el escritorio. Vestía unos ropajes simples, consistentes en una larga camisa oscura y un faldón con pliegos. El hombre lucía un aspecto muy similar al del primero. Al llegar al lado del escritorio, se aclaró la garganta.
—Líreon, primo, te estaba buscando —dijo con voz apresurada.
—¿Ha ocurrido algo?
—Eso me temo. ¿Has oído hablar de una organización llamada La Fraternidad?
Líreon no respondió inmediatamente. Por supuesto que la conocía, pero era consciente de que no convenía dar según qué información. Decidió decir poco y tantear a su primo.
—El nombre me quiere sonar, pero no estoy seguro de qué. Quizá se lo escuché a algún mercader. ¿Por?
Rabadán lo miró con seriedad.
—Es una organización que, por lo que parece, busca que las tres razas se apoyen entre sí.
—Eso es bueno, —Líreon asintió, esperando a ver si su primo decía algo más—. No nos interesan más conflictos entre razas, ¿no?
—No, claro que no. Sin embargo, supongo que recuerdas lo que sucedió hace unas semanas en El Paso. El incidente aquel con unos celestiales, que destruyeron varios barcos voladores. Pues, según se comenta, en realidad fue obra de la Fraternidad. Y hay más, por lo que parece, se han alzado con el poder en Albíreon, desafiando así al resto de las ciudades humanas.
Líreon abrió mucho los ojos, genuinamente sorprendido por lo que Rabadán le estaba contando. Llevaba meses sin tener noticias de La Fraternidad, por lo que había asumido que quizá habían tenido algún problema. Sin embargo, la información nueva resultaba inquietante. No era propio de la Fraternidad mostrarse tan abiertamente, no sin discutirlo primero. Precisamente era uno de los puntos en los que él no estaba de acuerdo con ellos, ya que él sí que prefería la acción directa. Aquello requería una investigación a fondo, por lo que se planteaba enviar algún emisario a Albíreon.
—Efectivamente, son noticias perturbadoras. —Frunció el ceño, pensativo—. Lo hablaré con los guardias, para que estén al tanto. Aun así, por lo que me cuentas, todo lo que han hecho ha sido en territorios humanos, ¿no? ¿Por qué deberíamos preocuparnos por ese grupo aquí?
Rabadán caminó por la estancia, con pasos lentos, mientras miraba a su primo, no sin cierto desdén.
—Si son alborotadores, no quisiera que llegaran a la ciudad. Pronto será la ceremonia de transición, y lo último que mis padres necesitan son dolores de cabeza.
En la casa no se había hablado de otra cosa en las últimas semanas. Los padres de Rabadán se iban a retirar, por fin, del poder. Líreon iba a ser coronado pronto como gobernante de Kakuretaiwa, su legítimo puesto. Los preparativos ya estaban en marcha y culminarían muy pronto.
Toda la guardia de la ciudad debía velar por la seguridad del evento. Líreon llevaba varios días ordenando a los guardias que realizaran inspecciones de los carros que entraban en la ciudad subterránea desde el exterior. La pólvora que se usaba en las minas también estaba mucho más vigilada para evitar que algún minero descontento pudiera sabotear la ceremonia de alguna manera.
—No te preocupes, Rabadán. No te tienes que preocupar por lo que no ha pasado. Los guardias me aseguran que la situación está controlada.
Rabadán arqueó una ceja.
—Eso espero, pero hasta hace un momento, ni siquiera sabías de sus últimas acciones.
Líreon tuvo que contenerse para que en la cara no se le mostrara el odio que sentía hacia Rabadán. Aunque fingía que su relación era buena, su primo siempre lo había tratado con desdén, siempre se había sentido superior. Era mejor mago de tierra y sus padres no ocultaban el hecho de que lo preferían a él. Aun así, ya quedaba poco. Pronto tendría el gobierno que era suyo por herencia, tras la trágica muerte de sus padres, hace años. En ese momento se aseguraría de que ni su primo ni nadie se creyera por encima de él.
—El hecho de que no estuviera al tanto no implica nada. —El elfo hizo una pausa y miró fijamente a los ojos de su primo—. El día de la ceremonia habrá muchísimos guardias, además de magos. Y nuestra guardia puede encargarse de cualquier amenaza, da igual cómo se llame. Puedes estar tranquilo, no va a haber ningún problema.
—Eso espero. —El rostro de Rabadán se suavizó—. Mis padres están preocupados, pero la guardia te tiene aprecio y confían en ti. De hecho, sobre la guardia, hay algo más que te tengo que decir.
—¿De qué se trata?
—Me han dicho que te ha llegado una carta extraña, sin remitente. Dicen que vino del Templo de Tierra. Ha llegado a los cuarteles. ¿No te parece extraño?
Líreon negó con la cabeza. Tenía algunas sospechas acerca del remite.
—Podría ser alguien de la ciudad, quizá con tanto revuelo alguien se ha preocupado. Ahora iré a ver. Gracias por avisarme.
Ambos se despidieron y Líreon esperó pacientemente a que el otro elfo saliera. Con calma guardó los documentos que había estado examinando y salió de su habitación. Los guardias que lo vieron lo saludaron con respeto, y Líreon les devolvió el saludo.
Cuando llegó a la puerta principal, franqueada por más guardias, estos se ofrecieron a acompañarle, pero el elfo declinó la oferta con educación, alegando que tan solo iba a los cuarteles. Si sus sospechas eran ciertas, su espía podía tener noticias interesantes.
El camino hacia los cuarteles fue corto. En la entrada había un par de guardias apostados que lo dejaron pasar. Uno de ellos anunció en voz alta que el heredero al trono estaba entrando.
Un elfo fornido, de aspecto recio, se acercó a saludarle. Lucía una armadura de cota de malla, de manga corta, y unas protecciones ligeras de cuero. Una cicatriz le cruzaba la cara, mientras que varias marcas le surcaban los brazos desnudos, siendo testimonio de las batallas que había vivido. En los hombros lucía unas hombreras doradas, símbolo de su rango. Era uno de los capitanes de la guardia.
—Saludos, señor. —El elfo se cuadró ante él—. Entiendo que ha recibido la noticia.
—Así es, capitán Arilen. ¿Dónde está la carta?
El capitán pidió que lo siguiera y ambos se adentraron en los cuarteles. A aquella hora de la tarde había poco movimiento. La mayoría de los guardias estaban en la ciudad patrullando. Apenas había un par de elfos, que vigilaban las estancias y se encargaban de atender a los ciudadanos que llegaran requiriendo ayuda. En la sala que usaban para las reuniones, encima de una de las mesas, había un sobre.
—Es esta misiva, señor. ¿Debemos preocuparnos?
—Preocuparos… —Líreon tomó la carta con cuidado y la examinó. Reconocía la letra—. ¿Por qué deberíais?
—Vuestro primo ha dicho que podía ser una carta enviada por La Fraternidad. Temía un ataque de ese grupo contra la ciudad.
Líreon no contestó directamente. Abrió el sobre y leyó las únicas dos líneas escritas.
“Tengo información importante sobre tu seguridad durante la transición.
Nos vemos donde siempre. Te estaré esperando.”
Dejó la carta sobre la mesa, sin importarle que el capitán leyera aquello, mientras fruncía el ceño, pensativo. Lo tenía todo controlado, no sabía de qué podía ir aquello. Pero tenía que hacerle una visita. Miró al elfo, que estaba examinando la carta. Se permitió una sonrisa. Aquel hombre era de plena confianza para él. Era de los capitanes más veteranos de la ciudad, ya lo era durante el mandato de sus padres y él pretendía conservarlo en el poder.
—¿Qué significa esto? —El hombre entornó los ojos—. ¿Tiene alguna idea?
—Oh, todavía no, pero la tendré. De momento no pensemos en La Fraternidad. Parece ser que alguien de la ciudad quiere decirnos algo. Esto podría ser más apremiante.
—Por lo que su primo ha comentado, han atacado gobiernos legítimos en ciudades humanas. No sabemos sus intenciones reales.
—Esa es la versión que se cuenta, cierto. Pero no sabemos si es la verdad, ¿no es así? También creímos hace años que los celestiales eran nuestros enemigos, y ahora el imperio promueve que podamos comerciar con ellos.
— ¿Y qué hay de la carta? ¿Sabe quién podría ser el remitente?
—A juzgar por la letra, es de una confidente. No es la primera vez que me da información importante para la seguridad de la ciudad. Me reuniré con ella.
—¡Pero es peligroso! —El capitán se tensó—. Señor, podría ser una trama. Le recomiendo encarecidamente que la guardia le escolte. ¿Dónde será esa reunión?
Líreon negó con la cabeza. Apreciaba los esfuerzos de aquel hombre, pero no quería ir con compañía. Tenía buenas razones para ello.
—Será en los niveles inferiores. Sí, sé que hay cierto riesgo, siempre lo hay, pero un dirigente no debe desconfiar de su pueblo. Además, nuestra excelente guardia está en todos los niveles. Sé que si pasa algo acudirán raudos. Es mejor que vaya yo solo, como he dicho, no es la primera vez. —Habló con pausa, pero sin dejar de mirar al capitán a los ojos. No admitía réplica.
—Comprendo. —El veterano guerrero aceptó—. Le ruego que extreme las precauciones, señor. Sería una tragedia perderle.
—No pasará. No debemos temer a nuestros habitantes y nunca he dejado de sentirme seguro. Agradezco la preocupación, sé que es honesta. La guardia ha prestado un gran servicio a Kakuretaiwa, primero bajo el mandato de mis padres y ahora con mis tíos. Soy afortunado de poder contar con elfos tan preparados y dispuestos.
Tras aquellas palabras, el capitán se cuadró y Líreon salió de los cuarteles. Caminó hacia las escaleras que bajaban hacia el nivel intermedio de la ciudad, donde estaban los mercados, la mayoría de las buenas casas y los gremios.
Kakuretaiwa era, en muchos aspectos, una ciudad diferente a las demás ciudades élficas. Principalmente, porque era una ciudad subterránea. Ubicada bajo las montañas, la historia de Kakuretaiwa se remontaba a siglos atrás, cuando los primeros elfos que viajaron por esa zona encontraron yacimientos de oro y otros minerales.
Para poder explotar mejor aquellos yacimientos, se habían construido múltiples galerías. Actualmente, la ciudad estaba construida en tres galerías claramente diferenciadas. La más profunda era donde vivía la gente plebeya. Era una gran apertura muy cercana a los túneles de las minas. Ahí, los edificios eran pequeños y muy similares, todos eran casas humildes, excavadas en la roca, con pequeñas ventanas. El agua la obtenían directamente de pozos, y la única luz que tenían era la de las antorchas élficas, que ardían con una llama amarillenta sempiterna. El aire era mucho más espeso y polvoriento, dado que la mayoría del aire limpio se quedaba en los niveles superiores.
Por encima, estaba el nivel comercial, con casas en la roca y pasillos de piedra que cruzaban el gran agujero de la montaña. Ambos niveles estaban conectados por serpenteantes escaleras de caracol, estrechas y, a menudo, traicioneras. El nivel intermedio alojaba, además de los gremios y el mercado, a aquellos plebeyos más adinerados. Kakuretaiwa tenía un comercio importante, dado que las pocas tierras que tenían algunos agricultores estaban fuera de la montaña. Además, el clima frío del exterior hacía que crecieran pocas verduras, por lo que la mayoría de los productos eran importados de otras regiones, especialmente de la vecina Moeruhi que los intercambiaba por el suculento oro y piedras preciosas de Kakuretaiwa. También había otro cuartel de la guardia. Había uno por nivel. Los guardias de Kakuretaiwa eran expertos en luchar con dagas y armas cortas, especialistas en la lucha en los estrechos túneles. Normalmente, se enfrentaban a criaturas que o bien entraban a la ciudad, o bien moraban en dichas galerías. Pero también, en ocasiones, se enfrentaban a ciudadanos irreverentes con la ley.
Finalmente, en la zona alta de la ciudad, la zona más cercana a las puertas que daban al exterior, vivían los nobles. Eran los que estaban más cerca de la escasa luz solar que entraba por las puertas, que solamente se cerraban en caso de peligro. Tenerlas abiertas permitía que el aire no se viciara en exceso; además, permitía que los agricultores pudieran salir. La parte alta era la única que recibía agua directamente del exterior, gracias a un gran acueducto de piedra. Estaba comunicada con la zona intermedia por unas escaleras que, si bien eran de caracol, eran mucho más anchas que las que conectaban la zona intermedia con la zona baja, así como por una gran rampa para que los carros pudieran pasar. También en la zona alta, estaba situado el Templo de Tierra, el lugar donde los nobles estudiaban la Magia de Tierra, la especialidad de Kakuretaiwa. Era una magia eminentemente pragmática que permitía modelar rocas y diferentes metales a voluntad. Gracias a la Magia de Tierra, se podía transmutar una roca en barro, o extraer el metal de una veta de forma más fácil. También permitía realizar construcciones directamente en la roca y, según algunas leyendas, transformar metales en otros, llegando finalmente a transformar hierro en oro, aunque esa era una hazaña que nadie había verificado.
El elfo descendió por una de las escaleras a los niveles intermedios, donde varios mercaderes lo pararon para saludarle y desearle fortuna en su próxima etapa como gobernador. Líreon observó cómo algunos elfos hacían sus compras, mientras otros mercaderes lo llamaban para ofrecerle varios productos. Las caravanas transportaban, mayoritariamente, cereales, harina, carnes de diferentes tipos y pescado conservado en sal. Algunas transportaban también picos y otros utensilios para la minería, forjados en Moeruhi. El acero élfico de Moeruhi era el de mejor calidad del imperio. Pero Líreon no tenía ningún interés en hacer compras. Con educada cortesía, agradeció las palabras de apoyo mientras se dirigía a una de las estrechas escaleras que llevaban al nivel más profundo de la ciudad.
El hombre bajó con la resolución de quien conoce su destino. No era la primera vez que bajaba; de hecho, lo hacía con cierta frecuencia. Cuando llegó a los niveles inferiores, se cubrió la cabeza con la capucha de la capa. Pese a que no hacía nada ilegal, no quería llamar la atención más de la cuenta. Quería saber qué podía haber motivado que su informante hubiera enviado una carta así.
El hombre caminó entre los edificios con cautela. Había gente en la zona, todos trabajadores, pero ninguno le prestó atención. Caminó mezclándose entre la gente, hasta que llegó a un edificio bajo. Era una de las pocas construcciones de un solo piso que había en la zona. Miró a su alrededor. Nadie le prestaba atención. Mejor. Entonces sacó una llave antigua y la introdujo en la cerradura oxidada. Con un chirrido, la puerta se abrió y Líreon entró en la estancia.
La estancia era simple: una sola sala con una gran mesa redonda, varias sillas y un escritorio en una esquina. Bajo el escritorio había un baúl donde, bajo llave, se guardaban documentos. En una de las paredes había una puerta, la única, que daba a un dormitorio. El elfo llamó a la puerta, como hacía siempre que llegaba, y después se sentó en una de las sillas, expectante. Al rato, se escucharon pasos y la puerta se abrió.
Líreon se giró para observar a su anfitriona. Frente a sí tenía a una mujer elfa, apenas un par de años menor que él. Lucía unos ropajes de seda, ajustados al torso y con las mangas muy anchas. Para cerrar los ropajes, la elfa llevaba un cinturón grueso, también de seda, anudado en la espalda. Tenía el cabello más corto que el del elfo, y completamente blanco, así como una piel excepcionalmente pálida, que contrastaba con el color rojo de los ojos.
Al verla, Líreon sonrió. La mujer, entonces, caminó hacia la mesa, tomando asiento.
—No te esperaba tan rápido.
—Es lo que sucede cuando envías una carta como la que has enviado. —El elfo se sentó enfrente de ella—. Dime, Shiro, ¿qué es tan importante?
Shiro tragó saliva y lo miró con gravedad.
—Es posible que te intenten quitar lo que legítimamente es tuyo.
Líreon no reaccionó de entrada. Creyó haber escuchado mal, pero estaba seguro de que no había sido así. Contuvo la respiración unos instantes, tensándose como la cuerda de un arco.
—¿Quién? ¿Quién osaría algo así?
—Tus tíos. Tu primo planea alzarse con el poder.
—No tiene ningún derecho sobre el gobierno. Ni él ni mis tíos. Ya han hecho su función. —Apretó los dientes mientras hablaba. No podía dar crédito—. ¿Cómo sabes tú eso?
—Rabadán ha hablado en el templo con uno de los sacerdotes. Lo he escuchado todo. Tu primo cree que tienes vínculos con La Fraternidad.
Líreon sonrió levemente. Shiro era una tapadera excelente. Servía como sacerdotisa en el templo de Tierra, siempre se cubría la cara con un velo para que nadie se la viera, y casi siempre estaba callada. Nadie sabía su identidad real. Excepto él.
—No va mal encaminado. Pero eso no es suficiente como para apartarme. Si me quiere acusar de estar con La Fraternidad, necesitará pruebas.
—Por lo que he oído, quiere asesinarte y que parezca un accidente. Sé que hay otros nobles implicados, quieren matarte y que parezca que lo ha hecho la Fraternidad, para que no haya sospechas, aprovechando las noticias.
El elfo asintió, pensativo. Era cierto todo lo que se había dicho, aunque él creía haber sido prudente. Pero quizá no lo suficiente.
—¿Sabes cuándo planean apartarme del poder?
—No. No lo comentó en el rato que yo estuve por los pasillos. Lo siento.
—Oh, no, tranquila. Has hecho un gran servicio, mi querida Shiro. Pero me temo que tendremos que desvelar tu secreto antes de tiempo.
Shiro apretó los labios mientras lo miraba fijamente.
—¿Qué pretendes?
—Vas a acompañarme a los cuarteles y explicar tu historia, además de lo que me has dicho. Y vamos a arrestar a mis queridos tíos, así como a mi primo.
—¿Crees que servirá mi testimonio?
—Oh, ya lo creo.
—Todavía no se ha hecho la ceremonia de transición. Todavía no eres el gobernador.
—La ceremonia es una formalidad. Ya tengo la edad para gobernar. Los guardias me seguirán, no tengas la menor duda. Hablaremos con el capitán, él nos ayudará.
Shiro asintió, visiblemente incómoda.
—¿Qué te pasa? ¿No te gusta el plan?
—No es eso. ¿Es necesario que desvelemos ya lo mío? No sé si estoy preparada.
El elfo asintió con la cabeza. Recordaba perfectamente cómo se la había encontrado de casualidad. Con el tiempo, se habían hecho cercanos, dos figuras que odiaban a la familia regente. El elfo la había mantenido oculta, le había llevado dinero e, incluso, le había ayudado a conseguir la casa maltrecha donde ahora vivía.
—Tu testimonio es muy importante, Shiro. Mis tíos pagarán por todos sus crímenes. —El elfo se levantó y caminó hacia su prima. Con un gesto delicado, la tomó por la barbilla y la besó con pasión, como había hecho otras tantas veces. Cuando por fin se separaron, la miró con decisión—. Te quiero ver a mi lado en nuestro lugar, no en esta casa. Para eso tenemos que hacer sacrificios. ¿Me acompañarás?
Shiro asintió, visiblemente ruborizada.
—Excelente. —Líreon asintió, complacido, caminando hacia la puerta. La abrió y esperó que Shiro saliera con él.